La ciudad de Frankfurt, como muchas otras, fue invadida por la publicidad más abrumante y depravada que jamás haya podido observar durante un mundial. La televisión también fue invadida por jugadores vestidos de corto, y en tras ocasiones casi sin vestir, jugando al fútbol, osos pateando pelotas, camisetas con lo que sea, llaveros, banderas, y todo lo que puedan imaginarse. Este mundial era el del favorito Brasil y una marca de ropa deportiva no tuvo mejor idea que hacernos creer (me incluyo entre los inocentes) que el fútbol se gana con la huachita, el taquito, el sombrerito, la huevadita y demás cojudeces. Y así pasamos de ver jugadores que juegan para vender y hacen malabares con el balón durante 20 segundos, o que cada veinte minutos se amarran el chimpún para que les enfoquen la marca, al fútbol rácano del mundial en donde se juega para ganar y para darlo todo en siete partidos. Hay jugadores y jugadores, el caso más claro es Itali, que se deja de tonterías y gana. Aquí todo era el popular Joga Bonito y todos deseábamos ver a una selección brasileña dando espectáculo. Sus hinchas también y como para ellos era fácil presagiar que quedarían primeros de grupo y que ganarían al que fuese en octavos llegaron a Frankfurt con el carnaval, las garotas, la caipirinha y los tambores. A ellos no les importa ya el Joga Bonito porque lo que quieren es más títulos, más campeonatos. La ciudad se puso de verde y amarillo y yo también para no desentonar. Por más que quería que no ganen y se acabe de una vez esta farsa de la publicidad y todo es casi imposible no contagiarse de la alegría de la “Torcida” que con sus tambores, sus bailes y sus cánticos despertaron de nuevo a esta ciudad que ya se perdía entre el calor y la falta de partidos. Frankfurt era un carnaval un día antes del partido y ya cuando me iba para casa me encuentro a un atento y educado Carlos Alberto Parreira que me adelantó que jugaba Juninho Pernambucano. Pensé que hacía bien, porque Ronaldinho se dejó el fútbol en los chimpunes bañados en oro o en una de sus tantas cadenas del mismo metal dorado. Pero luego me di cuenta de que Parreira no solo hablaba conmigo sino también con todos los periodistas que le llenaban de preguntas. Mario Jorge Lobo Zagalo, que va siempre al lado de Parreira, saluda a todos también, es muy viejo pero avanza con un ímpetu propio de los jóvenes, no son malcriados ni arrogantes, a ellos las grandes firmas no le hacen contratos millonarios, ellos están aquí para ganar el mundial. Brasil pierde y se pierde en sí mismo no por cambios o cosas del entrenador, como Argentina, sino en contratos y publicidad. Por eso, Zidane se aprovechó del carnaval triunfalista y de la lujuria copera de los brasileños para volver a dar una lección de fútbol, él se acomodó a esta Francia y viceversa y la ha liado en este mundial. Beckenbauer lo dijo antes del mundial, Zidane es el último de los Mohicanos, el último que sabe con la redonda y no se equivocó. A su edad en estos tiempos le sobra calidad. Brasil perdió y se perdió la fiesta que se había preparado, se perdieron las caipirinhas en el río y la ciudad volvió a dormirse. Los Bleu celebraron muy poco, a pesar de ser un país vecino no llegaron muchos. Los verde amarillo se cubrían porque a pesar de los 30 grados ellos sentían frío y lloraban de impotencia. Un mundial quiere decir mucho para ellos y lo habían perdido, pero no solo ellos los sponsor’s también. Creo que es difícil ser estrella de un mundial con más de 30 años en esta época pero Zidane lo está siendo, cuando lo hizo Pelé eran otros tiempos, ahora es todo mucho más físico, no lo sé pero quizás el engreído de Nike tendrá que esperar cuatro años más para demostrar que no solo es bueno detrás de las cámaras y con un libreto aprendido, pero mientras seguimos esperando me quedo con esa publicidad de cuando Ronaldinho era un niño y se divertía con el balón, cuando jugaba por entretenerse y por ganar, no millones, sino partidos.
Por Carlos Rojas
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